viernes, 10 de mayo de 2013

Crónica. Capítulo 3: El Cairo. Sesión 5 (parte 1): en el santuario



 Para la crónica de la última sesión de Egipto, contamos con algunos extractos del diario de la Doctora Zimmerman (¡gracias, Sandra!). Como son un poco largos, los dividiré en dos partes.

El Cairo, 14 de abril de 1925

  [...]

En aquel estrecho y elevado pasillo seguimos combatiendo, hasta que las últimas criaturas cayeron al suelo. Todo quedó tranquilo, pero entonces, desde la oscuridad, se oyeron más sonidos animales que apenas podía identificar; sus siluetas avanzaban hacia nosotros, debía de haber una veintena de criaturas, y nosotros éramos muchos menos y algunos gravemente heridos. Bishop sacó una bolsa con granadas y empezó a gritar que las tiráramos. Eso hicimos, y durante lo que parecieron horas sólo se oían explosiones y chillidos animales. Finalmente, llegaron a la escalinata algunas criaturas, heridas, a las que abatimos con disparos y cimitarras, en el caso de los Mamelucos.

Rápidamente bajamos a la sala, donde registramos a los cultistas y les quitamos las armas de fuego, ya que probablemente no sean útiles en el futuro y es mejor para nosotros que ellos no las tengan (aunque vista la facilidad de Michael para conseguir armas en el bazar, no creo que tengan dificultades en reponerlas). Y allí, destrozado por las granadas, se encontraba el sarcófago de Nitocris. Un auténtico sarcófago del Imperio Antiguo, que contenía nada menos que la momia de la reina Nitocris, descrita por Heródoto y de quien muchos estudiosos pensaban que se trataba de sólo una leyenda, la primera reina conocida del mundo. A simple vista parecía conservarse prácticamente intacta, mientras que el sarcófago en el que se encontraba había sufrido graves daños. Sin embargo, los Mamelucos me sacaron de mis meditaciones bruscamente, al coger el cuerpo de la reina y llevárselo mientras gritaban en árabe que nos diéramos prisa. Tenían razón, en cualquier momento podían aparecer más criaturas, además teníamos muchos heridos que requerían atención médica urgente y sin embargo ahí estaba yo, examinando el sarcófago como si no hubieran intentado matarme en esa misma sala hacía tan solo unos minutos.

Salimos de la pirámide lo más deprisa que pudimos, y ya hacía el final pude oír cómo nos perseguían, pero escapamos a tiempo. De vuelta al Cairo, en la Mezquita de Ibn Tulun, nos recibieron como héroes, aunque evidentemente apenados al escuchar la noticia de la muerte de Efti.

Acordamos que la momia sería devuelta a las autoridades y expuesta en el Museo, y nosotros custodiaríamos el cinturón. Pero antes, Michael probó mi idea de los cuchillos, haciendo palanca con uno de ellos entre los eslabones dorados. ¡Funcionó! Los Hijos de los Mamelucos estallaron en gritos de júbilo, la resurrección de Nitocris es ya imposible. En agradecimiento por recuperar el cuerpo y destruir el cinturón, nos regalaron la espada mágica de Akmallah, aún no sabemos cómo funciona exactamente, pero parece que es capaz de infringir daño a criaturas poderosas que son inmunes a las armas comunes.

Antes de volver al hotel fuimos al hospital a llevar a Owens, todavía inconsciente, aunque vivo, y a Rita, que han quedado hospitalizados. Michael pidió que le cambiaran los vendajes, y a pesar de que los médicos parecían alarmados al recibir tantos heridos por armas de fuego, los Mamelucos nos han asegurado que tienen hermanos en la policía que evitarán que nos hagan preguntas.

Me hubiera gustado examinar a dónde llevaban todos esos caminos sin explorar bajo la pirámide, ¿qué misterios ocultarán? En cualquier caso, hemos librado a Egipto de la amenaza de Nitocris y hemos recuperado su momia para el Museo, nos merecemos unos días de descanso.

Hace un rato he ido a hablar con el Dr. Foley de algunas preocupaciones que me han surgido al leer ese libro, el Al Azif, y la verdad es que me ha tranquilizado bastante.
Bishop ya ha vuelto de ver a Rita y a Owens en el hospital, parece que se van a recuperar, aunque tardarán varias semanas, tiempo del que no estoy segura de que dispongamos. Owens está consciente y quiere que mañana vayan Rita y el doctor a ver a Omar Shakti, acudiendo a la cita que tenían prevista con él. Yo les he avisado de que me parece una mala idea, Gavigan sabía de nuestras intenciones y no sería raro pensar que Omar ya sabe quiénes somos y qué estamos haciendo. Probablemente sea una trampa.

Si después de comer nos da tiempo, a lo mejor intento ir con el Padre Mateo y con Michael a Dashur, a ver las pirámides que construyó Seneferu, el primer faraón de la IV dinastía. En teoría allí está enterrado el Faraón Negro, bajo la Pirámide Acodada, y bajo la Pirámide Roja reposa también el propio Senefuru, el héroe que salvó Egipto ayudado por la diosa Isis. Tengo la corazonada de que dejó algún tipo de pista de cómo lo hizo, que pueda ayudarnos en nuestra misión.


El Cairo, 14 de abril de 1925

¡No puedo esperar a mañana! Debo escribir lo que he vivido hoy antes de que se me olvide ningún detalle. Pensé que la visita a Dashur nos daría alguna pista, pero ¡cómo podía imaginar lo que íbamos a encontrar allí!

Emprendí el viaje a Dashur con el padre Mateo y Michael; al llegar decidimos empezar nuestras investigaciones en la Pirámide Acodada. La puerta oeste parecía poco vigilada, así que retiramos unos tablones y entramos por allí. Un pasillo largo y sencillo, sin decoración, nos condujo hasta una sala también sobria, vacía, excepto por dos columnas de alabastro de apariencia muy sólida. Después de observarlas con detenimiento encontramos una entrada secreta, con unas escaleras de caracol ascendentes. En lo alto, un arco decorado con extrañas figuras daba paso a una gran sala, en la que se encontraban seis braseros con joyas incrustadas de un tamaño que nunca antes había visto y un trono que, incluso ahora al recordarlo, me da escalofríos de terror. Las paredes estaban repletas de inscripciones y dibujos que apenas llegaba a comprender, y agradecí en esos momentos llevar mis útiles de arqueología para calcar los relieves de la habitación, mientras intentábamos averiguar su significado. Uno de los dibujos era un mapa estelar, y que según dijo el Padre Mateo, marcaba el día 14 de enero de 1926. Otro dibujo era claramente un mapamundi sin el continente americano, en el que tres localizaciones aparecían marcadas con piedras preciosas: algún lugar de Kenya, otro en el océano Pacífico y otro en Australia, pero el mapa no era tan detallado como para saber qué sitios exactos son.

Después de copiar todas las inscripciones decidimos marcharnos, ya que aunque por primera vez no habíamos sido recibidos por cultistas o monstruos, no terminábamos de sentirnos seguros allí. En el momento en el que íbamos a atravesar el arco, éste se cerró con un muro de piedra, los braseros se encendieron y empezó a sonar una terrible música. Al volver la vista hacia atrás, vimos sobre el trono, sonriendo malévolamente, al mismísimo Faraón Negro, exactamente igual que lo recordaba del busto que encontramos en la Mansión Misr. A ambos lados del trono el aire oscilaba de forma irreal, estaba petrificada por el miedo, ¿qué podíamos hacer nosotros tres contra un dios?
El Faraón Negro empezó a hablar, y tal y como temía, estaba muy enfadado. En primer lugar, porque hace sólo unas hora que hemos destruido el cinturón de la Reina Nitocris, y con él, la posibilidad de traer a su espíritu de vuelta. ¡La bella Nitocris, decía! Parecía lamentarse, incluso... Apenas podía prestar atención a los insultos que nos dirigía, pues parecía claro que nos iba a matar en cualquier momento. Y de su mano surgió un rayo que alcanzó al padre Mateo, pude escuchar sus gritos de agonía mientras su piel y sus músculos se derretían hasta los huesos. Y lo peor de todo, es que... Cómo me cuesta escribir esto. Lo peor de todo es que me alegré. Me alegré de no ser yo la que había sufrido esa horrible muerte, de seguir con vida y de tener una oportunidad de salir de allí. Michael empezó a gritar, pero yo intenté calmarme y pensar. El Faraón Negro estaba jugando con nosotros, pero, ¿teníamos alguna posibilidad?


Nephren-Ka, el Faraón Negro, furioso ante la osadía de los investigadores

Después de disparar aquel rayo, el Faraón continuó hablando. Una vida por la muerte definitiva de Nitocris, parecía. Él quería que fuéramos a la Pirámide Acodada para hablar con nosotros y darnos un mensaje, pero el ultraje contra Nitocris no podía quedar sin castigo. Ahí comprendí que no iba a matarnos, al menos de momento.bi Su mensaje fue que abandonáramos nuestra misión, pues no teníamos ninguna posibilidad contra él. Después de ver de lo que es capaz, yo también creo que en un enfrentamiento directo no podríamos derrotarle, sin embargo...

El Faraón continuó hablando, nos dijo que había masacrado a la expedición Carlyle, y que el mismo destino sufriremos nosotros si intentamos detenerle. En ese momento mostró en el aire unas horribles imágenes en las que los miembros de la expedición eran devorados por criaturas; Michael no pudo seguir aguantando y se lanzó contra el muro de piedra, golpeándolo con los puños y gritando. Sólo quedo yo frente al Faraón Negro. Me habla directamente a mí. Me dice que abandone, que viva mis últimos días feliz antes de que llegue el Fin, ya que éste llegará de forma inevitable. O, que si quiero intentar pararlo desde el principio, me da una oportunidad. En ese momento abrió un portal, y dentro de él pude observar un mercado del Antiguo Egipto, rebosante de vida. “Es Egipto antes de mi llegada”, me dijo, y añadió que, si iba, tendría una oportunidad de detenerle antes de que llegue. Y todo para divertirse un poco más.
No negaré que pensé en ir, y también me avergüenza plasmar aquí que la curiosidad por conocer el Egipto de la Tercera Dinastía era apremiante, pero, seamos sinceros, ¿cómo iba a volver? Quedaría atrapada hace casi cinco mil años. Ni siquiera tengo buenos conocimientos sobre escritura jeroglífica...

El portal se cerró, y perdí mi oportunidad; es decir, me salvé. Porque indudablemente era otra trampa del Faraón Negro. Tras cerrar el portal, se rio una vez más y dijo que nos fuéramos a nuestras casas, que nada podíamos hacer contra su poder. Y desapareció. Los braseros se apagaron y el muro de piedra que impedía el paso a través del arco se deslizó, dejando libre el paso. Michael me empujó fuera de la sala y me obligó a salir corriendo, mientras gritaba que nunca más volvería a entrar en una pirámide. No le culpo. Durante el viaje de vuelta me confesó que le parecía buena idea volver a casa y olvidarse de esa pesadilla, y que la única razón por la que se quedaba era porque sentía que tenía una misión, luchar contra el mal con la espada mágica que le habían otorgado los Mamelucos. Todos seguíamos en aquella locura por una razón, pero... ¿Tengo claro cuál es la mía?

[...]

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