lunes, 4 de noviembre de 2013

Crónica: Capítulo: Kenia. Sesión 4: En el Monte del Viento Negro



Anteriormente: Tras descubrir que el Monte del Viento Negro no es sino otro nombre para el Monte Kenia, y tras recibir la ayuda del Gran Bundari, los investigadores han organizado una expedición hacia el Monte Kenia, conociendo la existencia de un gran culto y un peligroso ritual estaba a punto de comenzar. Sus vidas estarían en más peligro que nunca, pero el mal debía ser parado.

Carta del detective Owen Rivers a la oficina de Nueva York de la Agencia Continental:

La subida a la cima del Monte Kenia fue uno de los momentos más aterradores en todo el tiempo que llevo en este caso. En el campamento, estábamos rodeados de una multitud de sectarios, nos habían aceptado, pero no sabíamos cuánto podíamos esperar hasta que aparecieran otros sectarios que se dieran cuenta de nuestros disfraces. No podíamos esperar mucho tiempo y no teníamos un plan definido, sólo que había que evitar un ritual, y no conocíamos qué podría esperarnos ahí arriba. Muchas dudas surgieron, sobre todo para el señor Bishop, quien mostró su disposición a huir en más de una ocasión. Decidí coger la mayor parte de la dinamita, ya que los demás estaban demasiado impactados y atemorizados para llevarla y seguramente también para usarla.

McGulligan sugirió liberar a esos “zombis” (así habían llamado los sectarios), los cadáveres andantes contra los que nos habían prevenido nuestros anfitriones. No tardé en darme cuenta de que el reportero estaba en un error; los zombis estaban sueltos y nos rodeaban, eran la mayoría de los guardias del campamento. Sin comentar ese detalle a los demás miembros de la expedición, les urgí a subir lo antes posible.

Después de subir por un estrecho desfiladero, conseguimos llegar hasta la cueva e incluso no llamar la atención. La entrada de la cueva estaba llena de los restos humanos de una gran cantidad de gente que habría sido sacrificada al dios oscuro al que servían. Dentro de ella sólo se oían sollozos y cuando McGulligan y yo nos decidimos a entrar en la cueva sigilosamente encontramos una habitación apenas iluminada por unas antorchas en la que un par de zombis vigilaban la puerta de una celda. Estaban muy quietos. Sin alertarles, encontramos un trono extraño con un panel detrás del mismo, así como unas lanzas en la parte lejana de la cueva; no parecía tener salida.

Cuando fui a alertar al resto de miembros de la expedición de la presencia de los zombies, McGulligan se las arregló para hacer que esas criaturas se despertaran y vinieran hacia nosotros. Se había acabado el tiempo del sigilo y comenzaron los disparos, conseguimos abatir a las criaturas mientras que en el campamento parecían todo bastante tranquilo. En la celda había muchos hombres, mujeres y niños, la mayoría tenía pinta de ser de las aldeas cercanas y habían sido secuestrados. Empezaron a hablar y gritar, McGulligan, que sabía hablar su idioma pareció tranquilizarles cuando un sonido sonó a mis espaldas.

La señorita Rita había encontrado algo en el panel y había abierto un pasadizo. Me acerqué a ver qué es lo que encontrabamos mientras McGulligan liberaba a los aldeanos. Sin apenas tiempo para prepararnos, un montón de sectarios fornidos nos atacaron, entre Rita y yo conseguimos abatir a uno antes de ser derribados y heridos al encontrarnos en clara inferioridad numérica. Cuando desperté, tras los primeros auxilios del doctor,  me informaron que Bishop, el profesor Fowley, Van Heuvelen y McGulligan habían conseguido acabar con unos cinco sectarios más, pero también habían recibido la ayuda de los aldeanos, que a pesar de llevar mucho tiempo encerrados no dudaron en coger las lanzas y ayudarnos. Abajo en el campamento podía verse una gran actividad, sin duda ahora nos habían visto.

Tras indicar a los salvajes que defendieran la puerta de la cueva, y darles indicaciones para volar con dinamita la subida a la misma en caso de verse superados decidimos adentrarnos por el pasillo que habíamos descubierto. Después de un camino de casi medio kilómetro encontramos el final del pasillo. Una sala mal iluminada y con grandes columnas se presentaba ante nosotros. McGulligan se adelantó despreocupadamente, en lo que demostró ser un error fatal. Un sectario enorme surgió de detrás de una de las columnas y le asestó un golpe mortal en la cabeza. El sectario murió por nuestros disparos pero dos más surgieron no muy lejos de ahí.  Conseguimos acabar con varios de ellos, pero no antes de que Van Heuvelen fuera atravesado por una lanza enorme. Los dos miembros más recientes de nuestra expedición fueron los primeros en caer.

La hermosa y malvada sacerdotisa M'Weru

En el centro del patio de las columnas podía verse a una Hypatia Masters completamente deformada, su torso convertido en una masa hinchada y amorfa. Esa loca que balbuceaba que su hijo sería un dios, parecía orgullosa de estar a punto de acabar con nuestro mundo -aquella horrible visión hizo que algo se rompiera en lo más profundo de mi mente, y me pregunto si algún día seré capaz de conciliar el sueño, o siquiera cerrar los ojos, sin que me atormente la visión ese obsceno y antinatural embarazo-. Oíamos a M’weru recitar algo que sin duda sería peligroso. Estaba dispuesto a acabar con ella a tiros, tal y como hice con Gavigan, sin embargo, en la tensión del momento olvidé llevar los utensilios que deberían protegerme contra hechizos. En cuanto me adelante y me vio, me lanzó un conjuro. Noté una dolorosa sensación de abrasión en la piel; sin embargo, su conjuró debió de fallar, pues no tuvo más efecto que ése. Mientras pasaba eso, el Doctor Fowley decidió acercarse a Hypatia y le pegó un tiro en la cabeza. Sin duda era el final que se merecía pero algo debió de salir mal. Mientras me escondía de la bruja y preparaba la dinamita que llevaba encima grité a todos mis compañeros que salieran corriendo de allí lo máximo posible. Eso les salvó de ver el mayor horror de los que he visto hasta ahora. El Dios de la lengua ensangrentada estaba delante de mí, y se abalanzó mientras pasaba por encima de la difunta Hypatia. Apenas me dió tiempo a encender la dinamita y esquivar algo que me lanzó esa criatura cuando decidí salir corriendo. Detrás de mí pude oír a aquella gigantesca criatura intentando salir y abrirse hueco por un pasillo por el que, gracias a dios, no cabía.

El monstruoso dios de la Lengua Sangrienta

La explosión debió de ser espectacular. Multitud de piedras cayeron encima nuestro mientras salíamos, algunas me dejaron más maltrecho de lo que estaba, pero peor parados acabaron mis compañeros. Rita cayó inconsciente, y creo que sólo la velocidad de Bishop en curarla la consiguió salvar, aunque ella siguió inconsciente. El pobre Doctor Fowley no fue tan afortunado: una roca gigantesca le aplastó delante de mis narices. No había forma de salvarle.

Arrastrando el cuerpo de Rita entre Bishop y yo llegamos a la salida de la cueva. Los aldeanos habían mantenido una lucha encarnizada y habían conseguido acabar con una gran cantidad de sectarios y zombies, sin embargo, la mayoría de los defensores habían muerto, y habían tenido que volar el acceso para no verse arrollados. Los sectarios estaban huyendo de la planicie tras ver la explosión, sin embargo las dos criaturas voladoras que lo vigilaban seguían ahí, dispuestas a acabar con nosotros. Bishop demostró una pericia única con su rifle y acabó con ellas antes de que nos alcanzaran.

La vuelta a Nairobi fue bastante penosa. Estábamos heridos, llevando como podíamos a Rita y no había quedado ninguna provisión de las que dejáramos en el campamento, ya que lógicamente había sido saqueado y destrozado. Los aldeanos nos ayudaron a volver primero a una aldea y después hasta Nairobi.

Vamos a tener que pasar varias semanas hospitalizados para recuperarnos de nuestras heridas antes de continuar nuestro viaje a Australia (y no me avergüenza admitir que también estamos recibiedo la ayuda de un poderoso curandero local, puesto que he comprobado que la magia es algo muy real), pero todos tenemos la sensación de haber acabado con un gran mal y esperamos que lo que nos aguarda sea menos peligroso que lo aquí presenciado.

PD: He escrito también un telegrama al Dr. Jackson-Walker resumiéndole estos hechos. Espero que él o ustedes puedan enviarnos ayuda, puesto que sin duda la vamos a necesitar.


Agente Owen Rivers, a 10 de mayo de 1925, en Nairobi, Kenia.

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